Hace 500 años






Al momento de escribir estas líneas se cumplen 500 años del encuentro entre dos figuras legendarias que marcaría un hito en la historia del Mundo.

El 8 de Noviembre de 1519 un hombre de cerca de 40 años, delgado y de muy buenas proporciones, con poca barba, rostro largo, alegre y ojos que miraban con amor y severidad, había despertado abruptamente. Como era costumbre suya, Moctezuma Xocoyotzin se bañó, se perfumó y se puso a esperar en el aroma de un suave tabaco la llegada de un ser cubierto de metales, montado en una bestia y portador de instrumentos que escupían fuego. Había escuchado rumores de que dicho ser era descendiente de Quetzalcoatl. 

Otro hombre de 34 años también amaneció nervioso ese día. Pasó una pésima noche pues desde hacía varias jornadas había dormido con una armadura hecha para alguien de poco más de metro y medio de alto. Su piel apestaba a sudor y polvora, pero ni él ni sus hombres percibían más ese olor. No hubo tiempo de tomar un baño esa mañana, como todas. Estaba ansioso por llegar a lo que le habían dicho que era la ciudad más increible que existía. Montó su silla, y su piel adquirió además el olor a mierda de caballo. 

Las miradas curiosas de los ojos oscuros y rasgados se cruzaban con los ojos verdes y marrones de los extranjeros que, por su lado, ya no los miraban a ellos con tanta curiosidad, pues se habían habituado a ver caras indígenas desde su llegada al Caribe. Muchos de los locales se sorprendían igualmente al ver a gente de piel tan clara como la de los españoles o tan oscura como la de los negros que venían en la expedición. Lo que sorprendía a los forasteros era la limpieza, el orden, la magnificencia de la ciudad. No existía en el mundo entero un lugar como México - Tenochtitlan. 

Muy cerca del corazón roto de la Ciudad fue el lugar del encuentro. Los latidos de los dos corazones se sincronizaron y fueron aumentando su frecuencia. Cortés bajó del caballo con la ayuda de uno de sus hombres. Había preparado un regalo para Moctezuma; un collar que traía siempre muy a mano, hecho de cuentas de vidrio de varios colores ensartado en unos cordones de oro y almizcle, este último para darles un buen aroma. Poco a poco, Cortés fue acercandose en actitud sumisa, preso de la tensión que se respiraba en el ambiente. Moctezuma empezó a sentirse más seguro de si mismo. Un ser con olor tan repugnante no podía ser ni pariente lejano de Quetzalcoatl. A lo más, algún primo venido a menos de Tlazolteotl, diosa de la inmundicia. Ante sus ojos estaba otro hombre, como él. Solo que el otro claramente no era tlatoani de ningún remedo de reino. 

Cortés le puso el collar a Moctezuma Xocoyotzin. Al hacerlo, reconoció del otro lado a un ser que por más que no conociera a Cristo y por lo tanto no estaba enterado de la forma de encontrar la salvación, tenía un alma, como él. Después de ponerse el collar, los dos hombres se miraron fijamente, disfrutando de la sincronía de sus corazones. Ambos sintieron la necesidad de darse un abrazo, ambos conteniendo las lágrimas que les anunciaban la profecía de lo que estaba por ocurrirle a la magnífica Ciudad que ya los dos amaban. 

Un español de nombre Bernal Díaz del Castillo nos cuenta lo que ocurrió:

¨Cuando se iban a abrazar, los grandes señores que venían con Montezuma detuvieron el brazo a Cortés que no le abrazase, porque lo tenian por menosprecio¨.





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