Regreso a Tierra Santa 6. El Mar Muerto



[Continúa de parte 5]

El día comenzó con el ya tradicional buffet de desayuno en el hotel Dan para inmediatamente después emprender la partida desde Jerusalén hacia el legendario Mar Muerto. Este viaje tenía un significado especial para mí, pues en mi primera visita a Tierra Santa me había quedado con las ganas de conocer este lugar único en el mundo que solo pude ver a lo lejos en aquella ocasión.

Conforme avanzábamos por el desierto de Judea, el paisaje se tornaba cada vez más árido y rocoso, y en el aire se podía percibir una mezcla peculiar de sequedad y un leve aroma salino. El Mar Muerto, situado a más de 400 metros por debajo del nivel del mar, es el punto más bajo de la Tierra y su extrema salinidad impide la vida acuática (por eso es mar muerto), lo que lo convierte en un fenómeno geológico e histórico de gran relevancia.

Nuestra primera parada del día fue en Masada, una imponente fortaleza en la cima de una meseta rocosa con vistas espectaculares al Mar Muerto. Para llegar a la cima, optamos por tomar el teleférico, aunque también existe un sendero conocido como el "Camino de la Serpiente" para aquellos que prefieren el ascenso a pie. La historia de Masada es fascinante: construida por el rey Herodes en el siglo I a.C., la fortaleza se convirtió en el último bastión de la resistencia judía contra los romanos en el año 73 d.C. Su trágico final es legendario, cuando los zelotes que la defendían, al verse rodeados por las tropas romanas, optaron por el suicidio colectivo antes que rendirse. Las ruinas del palacio, los almacenes de alimentos y los antiguos baños aún pueden apreciarse, y la vista panorámica del Mar Muerto desde la cima es simplemente indescriptible; una de esas escenas que ninguna fotografía puede capturar en toda su magnitud.






Luego nos dirigimos a Qumrán, un sitio arqueológico de enorme relevancia histórica y religiosa. Para mí, esta visita tenía un significado especial, ya que en mis estudios había tenido la oportunidad de profundizar en el descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto, encontrados precisamente en estas cuevas por un pastor beduino en 1947. Estos manuscritos, algunos de más de dos mil años de antigüedad, incluyen fragmentos de casi todos los libros del Antiguo Testamento y escritos de la comunidad esenia, un grupo de judíos que vivía en el desierto dedicados a la pureza ritual y el estudio de la Ley. Los rollos están hoy resguardados en el Santuario del Libro en Jerusalén, pero recorrer las ruinas de Qumrán me permitió imaginar cómo debió haber sido la vida de estos monjes del desierto, viviendo en condiciones tan extremas y dedicados a la escritura y la contemplación.








Para cerrar la jornada, nos dirigimos finalmente al Mar Muerto para sumergirnos en sus aguas únicas. Su altísima concentración de sal —diez veces mayor que la del océano— hace que el cuerpo humano flote sin esfuerzo alguno, un fenómeno que ha dado pie a múltiples leyendas a lo largo de la historia. La sensación es, sin duda, curiosa y hasta divertida, aunque debo admitir que el agua no es particularmente agradable al tacto y su sabor es intensamente salado. A pesar de ello, no podía dejar pasar la oportunidad de nadar en un lugar tan icónico, así que disfruté la experiencia como mejor pude. 






Luego de un buen enjuague para quitar la gruesa capa de sal que cubría nuestra piel, nos dirigimos al hotel donde nos hospedaríamos. Para mi sorpresa, el lugar era mucho más lujoso de lo que había imaginado para un viaje de esta naturaleza, lo que fue un cierre inesperado pero bien recibido tras un día de exploración intensa.

Con el cuerpo cansado, pero con la mente llena de imágenes e historias que quedarán grabadas para siempre, terminé la jornada con la satisfacción de haber cumplido un anhelo pendiente y de haberme sumergido, literal y figuradamente, en las aguas de la historia.

[Continuará...]

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