Salvar vidas lavándose las manos: la historia de Ignaz Semmelweis.
Ignaz Semmelweis en 1860, autor: Jenõ Doby
Ha sido muy frecuente escuchar durante la pandemia de COVID-19 que una de las mejores medidas que podemos tomar para hacer frente al virus es lavarnos bien las manos. Debo confesar que me parecía casi ridículo pensar que existía un virus altamente contagioso e incluso mortal que se volvía inofensivo si simplemente me lavaba las manos con agua y jabón.
Hoy en día, lavarse las manos como una práctica higiénica es habitual, y está tan dada por sentado que muchas veces se escuchan campañas donde se tiene que reiterar la importancia de hacerlo. No debe sorprendernos (aunque quizá sí deba preocuparnos) que mucha gente en realidad no repare demasiado en su importancia y simplemente deje pasar la oportunidad de evitar con una acción tan simple lo que pudiera convertirse en un problema de salud, para la persona o para quienes le rodean.
Grande fue mi sorpresa al enterarme que fue hace relativamente poco tiempo que se le dio tal importancia al lavado de las manos para el cuidado de la salud. Mucho de ello gracias a un personaje de quien yo no era consciente.
Ignaz Semmelweis fue un médico y obstetra Hungaro (aunque de habla alemana). Vivió de 1818 a 1865 y aunque su vida fue corta, transformó de manera radical la forma de hacer medicina.
Semmelweis trabajó gran parte de su vida en Viena donde la muerte de niños y mujeres al momento o poco después del parto era algo común. Particularmente, una afección conocida como fiebre puerperal o "fiebre del parto" mataba a una gran cantidad de mujeres y niños.
El médico notó un par de eventos que se le hicieron sospechosos sobre las posibles causas de la enfermedad y la muerte. La primera cosa que notó fue que la proporción de mujeres que sufrían la fiebre era mucho menor en los casos, comunes en su época, en que el parto se daba en las calles o en las casas y no en los hospitales. La segunda fue que en las clinicas donde solamente se atendían partos y no otras enfermedades, dado que no había médicos sino solamente parteras, los casos de muerte por esa fiebre eran también mucho menores. Al parecer, los médicos estaban matando a la gente. Pero ¿Cómo o por qué?
En aquella época, mediados del siglo XIX, las enfermedades aún eran consideradas como desequilibrios de fluídos en el cuerpo y no se conocían agentes de contagio. La respuesta que Semmelweis encontró le vino por una desafortunada coincidencia.
Un amigo y colega suyo, el profesor de medicina forense Jakob Kolletschka, se cortó accidentalmente con el bisturí de un estudiante con el que recién se había practicado la disección de un cadaver. Lo que llamó la atención a Semmelweis fue que la muerte de su colega presentaba signos muy similares a las muertes por fiebre de parto.
Por estúpido que pueda sonarnos, en aquella época los médicos que acababan de tocar a un muerto en una disección podían fácilmente ir a atender un parto sin lavarse las manos en el transcurso. La teoría de los gérmenes y microbios de Pasteur tardaría aún unos años en llegar, pero Semmelweis postuló que unas "partículas cadavéricas" eran transportadas en las manos de los médicos y eran causantes de la enfermedad.
Realizó una serie de experimentos (lavando las manos de sus estudiantes, comparando cifras, etc.) y logró reducir la mortalidad por fiebre de parto en números considerables. Estaba convencido; laverse las manos salvaba vidas.
En una cruzada por la vida, Semmelweis se puso a envíar cartas y tratar de convencer al gremio médico de sus descubrimientos. Probablemente su sorpresa fue menor a la mía al percatarse de que su descubrimiento no fue para nada bien recibido por los médicos de su tiempo. Su idea simplemente era ridícula. Ahora resultaba que los médicos debían lavarse las manos después de disecar, o de atender un paciente, o antes de comer y después de ir al baño. Un desperdicio de tiempo basado en las pseudo-científicas partículas cadavericas del loco médico hungaro.
Semmelweis fue perdiendo la paciencia, y poco a poco, también la cordura. Sus cartas se empezaron a volver más y más violentas, acusando a los médicos de asesinos irresponsables. Su actitud incrementó aún mas el escepticismo de sus colegas. La esposa de Semmelweis comenzó a desconocer a su marido. Se piensa que su comportamiento se debe en parte a que contrajo sífilis en alguna intervención médica que realizó. Pero a mi me basta con que haya visto la dificultad de cambiár el canal de pensamiento de los científicos para justificar su locura.
Al ponerse violenta la cosa, Semmelweis fue internado en un hospital psiquiatrico en 1865. Al encerrarlo, los guardias le propinaron una golpiza que le dejó varias heridas severas. Una de ellas se le infectó al grado de matarlo de un choque séptico unas dos semanas después de su ingreso al manicomio. Fue enterrado unos días después en Viena, sin honores. Ni siquiera el honor de tener a su viuda en el funeral.
Cuando Semmelweis dejó de trabajar en las clínicas, los médicos y estudiantes dejaron de lavarse las manos y, naturalmente, las muertes por fiebre de parto regresaron a sus números normales. Nadie parece haberlo notado.
Años después se reconoció el aporte de Semmelweis a la medicina. Probablemente por ello muchos de nosotros estamos aquí. Espero que conocer su historia nos haga conscientes (al menos) de la importancia de lavarnos las manos. La próxima vez que le parezca ridículo que eso puede salvar una vida, lo invito a pensarlo dos veces.
En aquella época, mediados del siglo XIX, las enfermedades aún eran consideradas como desequilibrios de fluídos en el cuerpo y no se conocían agentes de contagio. La respuesta que Semmelweis encontró le vino por una desafortunada coincidencia.
Un amigo y colega suyo, el profesor de medicina forense Jakob Kolletschka, se cortó accidentalmente con el bisturí de un estudiante con el que recién se había practicado la disección de un cadaver. Lo que llamó la atención a Semmelweis fue que la muerte de su colega presentaba signos muy similares a las muertes por fiebre de parto.
Por estúpido que pueda sonarnos, en aquella época los médicos que acababan de tocar a un muerto en una disección podían fácilmente ir a atender un parto sin lavarse las manos en el transcurso. La teoría de los gérmenes y microbios de Pasteur tardaría aún unos años en llegar, pero Semmelweis postuló que unas "partículas cadavéricas" eran transportadas en las manos de los médicos y eran causantes de la enfermedad.
Realizó una serie de experimentos (lavando las manos de sus estudiantes, comparando cifras, etc.) y logró reducir la mortalidad por fiebre de parto en números considerables. Estaba convencido; laverse las manos salvaba vidas.
En una cruzada por la vida, Semmelweis se puso a envíar cartas y tratar de convencer al gremio médico de sus descubrimientos. Probablemente su sorpresa fue menor a la mía al percatarse de que su descubrimiento no fue para nada bien recibido por los médicos de su tiempo. Su idea simplemente era ridícula. Ahora resultaba que los médicos debían lavarse las manos después de disecar, o de atender un paciente, o antes de comer y después de ir al baño. Un desperdicio de tiempo basado en las pseudo-científicas partículas cadavericas del loco médico hungaro.
Semmelweis fue perdiendo la paciencia, y poco a poco, también la cordura. Sus cartas se empezaron a volver más y más violentas, acusando a los médicos de asesinos irresponsables. Su actitud incrementó aún mas el escepticismo de sus colegas. La esposa de Semmelweis comenzó a desconocer a su marido. Se piensa que su comportamiento se debe en parte a que contrajo sífilis en alguna intervención médica que realizó. Pero a mi me basta con que haya visto la dificultad de cambiár el canal de pensamiento de los científicos para justificar su locura.
Al ponerse violenta la cosa, Semmelweis fue internado en un hospital psiquiatrico en 1865. Al encerrarlo, los guardias le propinaron una golpiza que le dejó varias heridas severas. Una de ellas se le infectó al grado de matarlo de un choque séptico unas dos semanas después de su ingreso al manicomio. Fue enterrado unos días después en Viena, sin honores. Ni siquiera el honor de tener a su viuda en el funeral.
Cuando Semmelweis dejó de trabajar en las clínicas, los médicos y estudiantes dejaron de lavarse las manos y, naturalmente, las muertes por fiebre de parto regresaron a sus números normales. Nadie parece haberlo notado.
Años después se reconoció el aporte de Semmelweis a la medicina. Probablemente por ello muchos de nosotros estamos aquí. Espero que conocer su historia nos haga conscientes (al menos) de la importancia de lavarnos las manos. La próxima vez que le parezca ridículo que eso puede salvar una vida, lo invito a pensarlo dos veces.
Retrato de la niñez de Semmelweis. Autor: Lenart Landau
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