Regreso a Tierra Santa 2. Un largo camino



De mi grupo en estudios judaicos, el único de mis compañeros, además de mí, que se anotó al viaje se llamaba Israel (¡qué coincidencia!). Siempre nos llevamos muy bien, aunque debo reconocer que somos muy distintos. Israel es mucho más introvertido que yo, además de que su inglés era bastante malo. Me di cuenta de que sin quererlo, iba a tener que ser su intérprete durante el viaje. Sin embargo, esta diferencia nunca fue un obstáculo; al contrario, complementábamos nuestras personalidades en los viajes y hacíamos un buen equipo.

Israel fue mi compañero de viaje a Israel. Desde que supimos que compartiríamos esta experiencia, nos organizamos para comprar juntos los boletos de avión. Nuestro itinerario no era el más directo ni el más cómodo, pero nos ajustamos a lo que había disponible a buen precio. Un vuelo Ciudad de México - Cancún - Estambul - Tel Aviv de Turkish Airways. La combinación de escalas hacía que el trayecto fuera aún más largo de lo que ya era. En total, pasamos 19 horas en aviones y aeropuertos antes de llegar a nuestro destino final.

El vuelo en sí fue un reto. A pesar de que he viajado bastante en avión, nunca ha sido algo que disfrute demasiado. Las horas se alargaban entre el ruido del motor, los pasajeros durmiendo en posiciones incómodas y las interrupciones ocasionales del personal de cabina. En Estambul, durante la escala que fue bastante larga, Israel y yo intentamos estirar las piernas y explorar un poco el aeropuerto, que resultó ser un lugar fascinante con su combinación de tiendas, aromas de café turco y el sonido de múltiples idiomas entrelazándose en el ambiente.


Finalmente, aterrizamos en Tel Aviv. La emoción de llegar a Israel siempre es difícil de describir. A pesar del cansancio acumulado, sentí esa mezcla de adrenalina y asombro que solo se tiene cuando uno llega a un lugar significativo. Después de haber pasado un rato en "el cuartito", a donde nos llevaron junto a otros rusos, armenios y latinos (ningún europeo occidental que yo recuerde), nos encontramos con otros miembros del grupo en el aeropuerto y, sin perder tiempo, tomamos un camión rumbo a Jerusalén. Este último tramo del trayecto, aunque más corto (~1h), me pareció eterno. La fatiga hacía estragos y la cabeza me pesaba, pero no podía dejar de mirar por la ventana, tratando de absorber cada detalle del paisaje que, poco a poco, se transformaba en la Ciudad Santa.


Cuando finalmente llegamos al Hotel Dan en Jerusalén, mi cuerpo ya no daba para más. Me sentía agotado, pero también emocionado. Nos recibieron con una cena que ya estaba dispuesta en la habitación, un gesto que agradecí enormemente, pues no tenía energías para salir a buscar algo de comer. Antes de dormir, me acerqué al balcón de mi habitación y, a lo lejos, vislumbré el Domo de la Roca. Su silueta iluminada en la noche, destacando sobre el perfil de la ciudad, me hizo recordar por qué este lugar es tan especial.

No podía creerlo: estaba nuevamente en Tierra Santa.

[Continúa en Parte 3...]

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