La casa Wittgenstein

Hace varios años tuve la enorme fortuna de obtener una beca muy especial para estudiar una maestría: la Beca Erasmus Mundus. Después de haber vivido tal experiencia no puedo imaginar haber seguido un camino diferente en la vida sin sentir que salí ganón. Una de las cosas más atractivas del programa Erasmus era que durante los dos años que duraba la maestría, los estudiantes teníamos la obligación de cambiar de país para estudiar cada semestre en una universidad distinta. 

El primer semestre de mi programa lo realicé en Austria, en la Universidad de Innsbruck. Innsbruck (Inns Brücke, o el puente del Río Inn), es una ciudad pequeña y muy bonita ubicada en una región que se conoce como el Tirol, donde parece que si te sigues derecho en cualquier dirección, terminarás inevitablemente trepado en uno de los Alpes.


Cuando terminé mis cursos ahí, tuve que realizar todos los trámites para poder tener el permiso de residencia en el país destino de mi segundo semestre: Italia. Para mi buena fortuna, el consulado Italiano está en Viena, a unas cuatro horas en tren desde Innsbruck, por lo que aproveché el pretexto de obtener mi Visa para ir a conocer la capital austriaca.

Visité la aquella ciudad en el invierno del 2011, que fue particularmente frío en Europa. Recuerdo que cuando llegué a Viena, mi primera vista del Danubio fue la de un río congelado, cosa que no había ocurrido en 30 años, según me decían los lugareños. Viena muy nevada tiene un encanto muy extraño que yo particularmente disfruté como amante del café, pues los cafés vieneses son un lugar extraordinario cuando se quiere uno refugiar del frío y simplemente disfrutar del paso del tiempo.

El día que fui a recoger mi Visa hacía un frío casi insoportable. Cuando estaba en la fila para recoger mis documentos, aproveché para ver en el mapa de Viena cuál sería el siguiente lugar que pudiera visitar que no estuviera muy lejos. Fue entonces que descubrí que a solo unas cuadras se encontraba la Casa Wittgenstein (Haus Wittgenstein).

Ludwig Wittgenstein ha sido uno de los pocos filósofos del siglo XX que he podido estudiar, y eso hasta cierto punto. Cuando llevé cursos de filosofía de la Ciencia, durante mis estudios en física en la UNAM, leímos y analizamos el libro más emblemático de Wittgenstein: el Tractatus Logico-Philosophicus, del cual puedo recordar la primera proposición: "El Mundo es todo lo que es el caso". El caso es que Wittgenstein no me era un filósofo totalmente ajeno, por lo que decidí ir a su casa a refugiarme del frío. 



Salí del consulado italiano orientándome con el mapa hasta dar con la Haus Wittgenstein. Era una casa bastante cuadradona y que no llamaba demasiado la atención como para ser considerada una joya arquitectónica. No se veía que estuviera ni siquiera abierta al público. Cuando me acerqué, pude ver un letrero que decía en alemán: Bulgarisches Kulturinstitut. No había que ser un genio en la lengua germana para descifrar que la casa era sede del Instituto de Cultura de Bulgaria. 

Haus Wittgenstein

A pesar de que estaba cerrado, adentro se veía movimiento y decidí tocar el timbre. Me respondieron por el interfón, no se si en alemán o búlgaro por que no entendí nada, y yo conteste en inglés que quería visitar la casa. Me di cuenta de que ellos tampoco entendieron lo que les contesté, pero después de mi visita me quedé con el sabor de que "entender" las cosas no importaba, o quizás no era posible, en la Haus Wittgenstein.

Sin responder nada, escuché que me daban acceso a la casa cuando comenzó a sonar la vibración típica de cuando te abren la puerta desde el interfón. Jalé o empujé la puerta, poco importa, para poder entrar. Caminé hacia la entrada principal que también me abrieron remotamente. No había absolutamente nadie para recibirme o darme algún tipo de información...

Comencé a explorar la casa que no estaba decorada como una casa normal, sino más bien como un instituto cultural donde solo se hace administración y no tiene porqué tener algo de buen gusto. Escuché algún ruido detrás de una puerta y me atreví a tocar... del otro lado se escuchó: Ja?, lo cual inerpreté como un ¿Si, adelante...? Pero no demasiado amable. 

Abrí la puerta y del otro lado de un escritorio había un hombre bastante gordo y con los bigotes y cejas más negros y tupidos que he visto en mi vida. Un personaje sacado de historieta que representa un burócrata de Europa oriental. El hombre solo se dignó a voltearme a ver con los ojos que eran intensamente azules, pero no con la cabeza. 

- Guten tag! - dije, con bastante nervio - Sprechen Sie Englisch? - Es decir, pregunté en alemán si hablaba inglés en vez de preguntar en inglés... 

- Nein, nur Deutsch oder Bulgarisch! (No, solo alemán o búlgaro)

Chin! (pensé), pus a practicar el alemán...

- Ich möchte das Haus Wittgenstein besuchen... Ist das möglich? (quisiera visitar la casa Wittgenstein... ¿Es eso posible?)

El hombre no me respondió. Tomó un telefono y habló en búlgaro. Colgó.

- Unter ist verboten! Nur oben ist möglich um zu besuchen. (Abajo está prohibido, solo es posible visitar la parte de arriba).

- Danke...

Salí de la oficina y subí las escaleras. Una mujer me estaba esperando y me indicó con señas que la siguiera. Abrió una puerta y me indicó que entrara a una habitación.


Sin duda, era la habitación más bonita de toda la casa, como se puede ver en la foto. La mujer me indicó que me sentara en una de las sillas... Pensé que me iba a dar una explicación, la cual hubiera sido muy amable incluso en alemán... Una vez que me senté, ella salió y cerró la puerta.

Me quedé pensando que tal vez en algunos momentos entraría un mono disfrazado de Wittgenstein y me daría un show donde me contaba la historia de la casa y de la filosofía del lenguaje. Cuando pasaron varios minutos, mis esperanzas comenzaron a morir, al igual que mi paciencia. Comencé a caminar alrededor de la mesa, a mirar por las ventanas, y a contemplar la posibilidad de que era mejor perder las orejas arrancadas por el frío de Viena debajo de un puente que quedarme en la casa de Wittgenstein. 

Salí de la sala por la misma puerta por donde entré y al final del pasillo vi las escaleras que me devolverían a cualquier lugar menos alucinante que donde me encontraba. A lo largo del pasillo habían varias puertas, por lo que pensé que ya que estaba ahí, igual valía la pena curiosear. Las abrí todas: en una había un baño que aproveché, en otra una bodeguita llena de cajas de cartón, en otra más estaba puesto el seguro, otra tenía trapeadores, escobas, creo que una aspiradora...

Bajé las escaleras y pasé frente a la puerta del gordo cejudo y bigotón.

-Auf wiedersehen! - (Hasta la vista!) le dije, a sabiendas que nunca nos volveríamos a ver.

Me respondió apretando un botón que hizo vibrar la puerta que corrí a empujar con el miedo de que la vibración se detuviese y no pudiera abrir la puerta que me liberaría del lugar más aburrido que he visitado en mi vida...

Una vez fuera, recordé que quizás era mejor morir de aburrimiento en la casa, que de frío en las calles de Viena. Busqué un café para sentarme a tomar algo y a digerir la experiencia.

                                

Supongo que en el café pedí algo fuertecito para darme valor antes de volver a salir a la helada Viena. Ya de mejor humor y algo de comer, pensé que las cosas no habían sido tan malas después de todo, y más bien un poco irónicas. ¿No se trata la filosofía de no saber a donde va uno? ¿de abrir puertas y explorar caminos que a lo mejor no llevan a ningún lado? ¿Qué espera uno encontrar cuando va a visitar la casa de un filósofo austriaco que lleva varios años muerto y que su obra casi nadie entiende? ¿Qué esperaba el lector encontrar en esta historia de la casa Wittgenstein?

En medio de mi pequeña y solitaria borrachera filosófica en un café de Viena, recordé cómo termina el libro de Wittgenstein, la última proposición del Tractatus:

"De lo que no se puede hablar, lo mejor es callar"



















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