Viaje a Tierra Santa 5. En el desierto


...Continúa de parte 4.




Los primeros cinco libros de la Biblia se conocen como Pentateuco por los cristianos y como Torah por los judíos. La tradición dice que el autor de los libros fue el mismo Moisés.

Los cristianos utilizamos los nombres derivados de los títulos griegos de los libros: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Los judíos, por su parte, utilizan las primeras palabras en hebreo de los libros como título de cada uno de ellos: Bereshit, Shemot, Vaïqrorá, Bemidbar, Devarim. El cuarto de ellos, donde se narran los cuarenta años de travesía del pueblo de Israel después de su salida de Egipto hacía la Tierra prometida, Bemidbar, significa ¨En el desierto...¨.




















Caminar por el desierto de Judea me hizo entender la concepción de Dios que tenemos en la tradición judeo-cristiana-islámica. Yahveh no es el dios de la fertilidad, o de la primavera, o de los oceanos. Es más bien el dios del desierto. Un dios que refleja la sequía, el contraste entre día y noche, lo duro de la vida de la gente que vive en esas condiciones tan particulares. Un dios que utiliza el agua para casi destruir parte de su creación.





Marion, Roger y yo tomamos un bus junto a un grupo de gente para dirigirnos a una caminata a través del Desierto de Judea. El plan era visitar un campamento beduino para comer algo ahí. Después, visitar un par de muros y tumbas antiguas y finalizar en el Monasterio de Mar Sabá. La travesía era de alrededor de 6 a 7 horas en total.





Nuestro guía se llamaba  Nidal Rishmawi. Nidal era un palestino cristiano muy simpático que conocía el camino a la perfección. La excursión era de unas 20 personas en total, la mayoría de nosotros extranjeros. Nidal nos recordaba todo el tiempo de protegernos del Sol y de beber abundante agua, pero nunca terminarla.

Me cuesta trabajo pensar que hubo gente que deambuló años de su vida debajo de ese Sol calcinante. Había veces en las que me acercaba a un grupo de desconocidos para hacer plática, y había otros momentos en los que prefería apartarme un poco del grupo para contemplar las arenas y piedras que no tenían fin.

Hubo momentos en los que me paraba un poco y trataba de escuchar el sonido del desierto. Detrás del movimiento del aire se percibía un ruido agudo... algo así como el llanto de un bebé. Empecé a pensar que el sol y el cansancio me estaban haciendo daño. Faltaba todavía una hora para llegar al campamento beduino. Traté de hidratarme sin terminarme mi agua... me cubrí lo más que pude del sol y aun así, escuchaba el llanto del niño.

Nidal siempre iba hasta atrás del grupo, supongo que para asegurarse de que nadie se rezagara. Creo que notó algo extraño en mi comportamiento.

-¿Estás escuchando la voz del desierto? - me preguntó.

Me asusté con su pregunta.

- Escucho un ruido - contesté - no es precisamente una voz... es más bien un llanto, como si un bebé estuviera llorando.

- Muchos antes que tú han escuchado voces en el desierto. El mismo Moisés platicaba con una zarza ardiente. Lo hizo tanto que hasta le salieron cuernos - dijo Nidal como burlándose de mi.

- Creo que es mi imaginación. Supongo que estoy algo afectado por el calor y el cansancio.

- Vamos - me dijo - Te mostraré lo que causa el ruido.

Nidal se desvió un poco del camino hacia una parte baja donde parecía que encontraríamos un arroyo. De golpe dio un brinco que me dio el susto de mi vida. Se escucho el estruendo más agudo, un sonido ensordecedor que me heló la sangre y me hizo sentir un golpe de adrenalina en el pecho al tiempo que intentaba ver lo que estaba pasando. Parecía como si cientos de bebés se hubieran puesto de acuerdo para gritar de terror todos al mismo tiempo.

Me costó trabajo entender lo que ocurrió hasta que vi que Nidal estaba muerto de risa. Había asustado a un grupo de cabras cuyos balidos parecían llantos de bebé si uno no ponía demasiada atención.






La verdad me quedé más tranquilo de saber que el desierto no me hablara directamente. 

Al poco tiempo llegamos al campamento beduino para refrescarnos y comer algo. Aun faltaba la mitad del camino para llegar al monasterio de Mar Sabá.







Continua en Parte 6



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