Viaje a Tierra Santa 8. El rey y los tres anillos



...Continúa de Parte7 

Una mañana decidí que era un buen día para buscar un par de iglesias y lugares históricos que se encontraban escondidos en la Ciudad Antigua. Había marcado los lugares que me sonaban interesantes en el mapa y dedicaría mi jornada a buscarlos sin ninguna prisa ni itinerario establecido.

Recuerdo que había encontrado de pura casualidad un par de entradas un tanto ocultas a la Iglesia del Santo Sepulcro y me dispuse a recordar los callejones por los que iba a salir el día que me tocara visitar esa iglesia. Cerca de una escalinata por la que pasaban muchos cristianos que por su vestimenta me parecían ortodoxos, encontré una pequeña puerta que tenía letras en griego y de la que salían unos deliciosos e indescriptibles olores.

Resultó que la puerta llevaba a un pequeño restaurante griego, más bien informal, donde al parecer los monjes de dicha nacionalidad encontraban un lugar muy económico para comer y además tenían un sazón que les recordara su nación de origen.

Por fortuna, un hombre de unos sesenta años que atendía el lugar hablaba inglés. Me explicó que el restaurante solo ofrecía un plato del día (un guisado de higado), pan, ensalada, arroz y agua por un precio único. Siempre me ha gustado mucho la comida griega, aunque me convenció más la rareza del lugar y el recuerdo de una comidita corrida en México.

El hombre se sintió contento al ver, supongo que por mi rostro de alegría, que la comida me había gustado mucho. Muy amablemente, comenzó una conversación:

¿De dónde es usted?

- Soy mexicano.

- Yo soy griego - contestó, un poco como poniendo énfasis en que seguramente yo ya lo había adivinado.

- Me gusta mucho su restaurante. Veo que vienen a comer muchos monjes de la calle que lleva al Santo Sepulcro, la mayoría de ellos griegos. 

- Hoy vinieron los griegos, pero vienen monjes de casi todas las denominaciones. Procuro tener también platos que puedan comer judíos y musulmanes. A mí me gusta que vengan todos; cristianos, judíos, católicos, árabes, etiopes, mexicanos...

¿Usted pertenece a alguna iglesia en particular? - pregunté.

- Todas son lo mismo - respondió - ¿Sabe? hay una historia que me gusta mucho y que me ha dado la filosofía que se necesita para entender una ciudad como Jerusalén. 

La leyenda cuenta que un Rey venía de una dinastía en donde el padre elegía de entre todos sus hijos a aquel que fuera el más virtuoso, el más inteligente, el más bondadoso y el mejor que pudiera heredar la responsabilidad del reino. 

Para escoger a su hijo predilecto y encomendarle la enorme tarea, la familia había fabricado un anillo único que se entregaba al hijo que había sido elegido por el antecesor, y así se había hecho desde tiempos inmemorables. 

Llegó un momento en el que un Rey tuvo tres hijos, que a sus ojos eran todos igualmente virtuosos como para poder decidir quién de ellos debía heredar el anillo. En secreto, el Rey pidió a un orfebre una misión un tanto complicada. Le entregó el anillo, y le pidió que hiciera dos copias de él. Las copias debían ser tan perfectas, que ni el Rey, ni el orfebre, ni nadie, debía ser capaz de distinguir cuál de los anillos era el original. El orfebre cumplió su misión y ni el Rey pudo saber al final cuál de los tres anillos era el verdadero. 

Cuando el Rey sintió que su hora se acercaba, llamó en secreto a cada uno de sus tres hijos y le entregó un anillo, haciéndole creer que le estaba entregando el anillo único y que él heredaría el reino cuando llegara el momento de la muerte del padre.

Cuando el Rey murió, cada uno de los tres hijos descubrió que sus otros dos hermanos tenían un anillo idéntico al suyo y ninguno logró saber como resolver el dilema de quién debía gobernar el reino. Fue entonces cuando llamaron a un sabio, quién después de una larga y profunda reflexión, recomendó lo siguiente a los tres hermanos:

"Cada uno de ustedes debe comportarse como si fuera poseedor del verdadero anillo, pues ninguno de ustedes sabe quién realmente lo tiene. Sin embargo, también tiene que aceptar que cada uno de sus hermanos también es poseedor de un anillo, y comportarse como si el anillo de sus hermanos fuera también el verdadero"

Yo no entendí muy bien a donde iba la historia y al parecer el señor griego lo notó. Agregó una explicación a su historia:

- Los anillos son una metáfora de las tres religiones Abrahamicas; el cristianismo, el judaísmo y el islam. Todos los que prácticamos una de esas religiones debemos amar nuestra religión como si fuera la verdadera. Sin embargo, debemos respetar la religión de nuestros hermanos, ya que es tan verdadera como la nuestra.

Continua en Parte 9




Comentarios

Entradas populares