Decían en la Edad Media que todos tenemos dos ciudades: la primera es aquella en la que nacemos, la segunda es Jerusalén. No importa cuán lejos estemos ni cuán distintos sean nuestros caminos, Jerusalén se mantiene en la imaginación de muchas culturas como un punto de referencia espiritual e histórico. No me sorprende que en mapas antiguos se le represente como el centro de la ecúmene, el eje que une a Europa, Asia y África.
En mi caso, ya había estado en Jerusalén en mi primer viaje, pero este regreso me permitió ver otra faceta de la ciudad, una que, hasta entonces, me era desconocida.
Desperté aquel jueves 27 de octubre de 2022. Noté que mi compañero Israel ya no estaba en su cama. Imaginé que se había adelantado al desayuno. Tome una ducha y antes de salir de la habitación, quise asomarme al balcón para ver nuevamente la Ciudad Vieja, ahora de día. Cuando abrí la cortina, pude ver a mi compañero en el balcón haciendo movimientos pendulares con la mirada hacia la Ciudad Vieja, usando una kipá (el "gorrito" judío) y una manta blanca con franjas azules llamada Talit gadol. Pude notar que se encontraba en medio de un rezo matutino que se practica en el judaismo llamado Shajarit, o plegaria de la mañana. Me sorprendió un poco, porque según yo Israel no era judío... sin embargo, no quise interrumpirlo, además de que me rugían las tripas, por lo que me adelanté al desayuno, que por cierto, era un buffet que estaba bue-ní-si-mo, pues había para escoger comida "occidental" o comida típica de un desayuno del Medio Oriente.
Tuvimos poco tiempo para conocer a los otros miembros del grupo; ya habría ocasión durante el viaje. Ese día nos apuraron para iniciar nuestro recorrido que estuvo marcado por el tema de "Las raíces históricas del Israel moderno".
A través de distintos lugares emblemáticos, comprendí que Jerusalén no es solo un testimonio del pasado remoto, sino también un reflejo de la historia reciente y de la memoria viva de varios pueblos. No puedo aquí evitar la reflexión sobre lo delicado de este tema al momento de escribir estas líneas, pues cuando realicé mi viaje el Medio Oriente se mantenía en una tensa calma.
El día comenzó en el Museo de Israel, donde tuvimos el privilegio de ser guiados por el Dr. Adolfo Roitman, especialista en manuscritos antiguos. Con él pudimos ver una de las exhibiciones más fascinantes: El Santuario del Libro. Se le conoce así a ese recinto puesto que ahí se conservan ni más ni menos que los Rollos del Mar Muerto. Estos importantísimos documentos, preservados durante milenios en las cuevas de Qumrán, son testimonio del pensamiento y la espiritualidad de una época que aún resuena en la actualidad. Al observarlos, me pregunté qué significaría para aquellos escribas y copistas la idea de la eternidad, de la preservación del conocimiento. ¿Esperaban que alguien como nosotros, siglos después, se detuviera a leer sus palabras?


Junto al lugar donde se encuentran los rollos, una maqueta de Jerusalén en la época del Segundo Templo ofrecía otra perspectiva de la ciudad. Verla desde esa escala permitía imaginar mucho mejor sus calles bulliciosas, sus mercados, el ir y venir de peregrinos y, por supuesto, las visitas de Jesús a la ciudad. Jerusalén ha sido tantas ciudades en una misma que cada generación la reconstruye en su memoria.
Pero no todo en este día fue una inmersión en el pasado remoto. La siguiente parada fue Yad Vashem, el Memorial del Holocausto. Si los manuscritos de Qumrán son el testimonio de una civilización que resistió el paso del tiempo, este lugar era el eco de un trauma mucho más reciente. Allí, en el silencio de las salas, las imágenes, los nombres y las voces contaban una historia que aún pesa sobre la humanidad. Jerusalén no es solo la ciudad santa; también es una ciudad que carga con la memoria de quienes no están. Y la cargará por siempre. Más tarde, visitamos el Cementerio Militar en el Monte Herzl, donde descansan figuras clave del Israel moderno, así como soldados caídos. Era claro para mí como cada pueblo se cuenta su historia de manera particular... con sus heores, sus villanos, sus guerras, sus sacrificios, sus justificaciones...
Pudimos comer algo muy rápidamente. Me di cuenta de que nunca había viajado con un grupo ni un itinerario, y de lo apresurado que es todo al viajar así.
Al caer la noche, asistimos a un espectáculo de luces en el Museo de la Torre de David, una antigua ciudadela ubicada en el Barrio Armenio de la Ciudad Vieja de Jerusalén, junto a la Puerta de Jaffa. Construida en el siglo II a. C. para reforzar las defensas de la ciudad, ha sido destruida y reconstruida por diferentes gobernantes, incluidos cristianos, musulmanes, mamelucos y otomanos. Actualmente, alberga restos arqueológicos y es sede de eventos culturales como exposiciones y conciertos.El día fue largo y apurado, pero gratificante y enriquecedor. Después de un día de reflexión, la proyección de imágenes sobre las antiguas murallas me recordó que Jerusalén es también un símbolo vivo, que se transforma, que sigue contándose a sí misma a través de la luz y de la sombra.Aquel día comprendí que uno nunca vuelve al mismo lugar, porque los lugares y las personas cambiamos. Todo cambia. Después vino a mi mente que si no conozco a cabalidad ni siquiera la Ciudad donde nací, no podía pretender haber conocido Jerusalén en aquel viaje, y en este tampoco... Lo importante es lo que podremos recordar de las ciudades que se nos permita visitar.
Continúa en Parte 4...
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