Regreso a Tierra Santa 4. Túneles, muros y oraciones


... Continúa de Parte 3

La segunda jornada comenzó con un aire de familiaridad. Parecía que poco a poco se iba estableciendo una rutina. Al despertar, vi a mi compañero de viaje en el balcón sumido en sus rezos matutinos, un ritual silencioso y solemne que contrastaba con mi propia urgencia por bajar a desayunar. El buffet del hotel era una oportunidad que no podía desaprovechar, así que descendí rápidamente para disfrutar de una variedad de platillos que, de alguna manera, también formaban parte de la experiencia de estar en estas tierras.

A medida que avanzaban las horas y compartíamos las visitas, los almuerzos y los traslados en autobús, fui conociendo mejor al grupo de viajeros que me acompañaba. Eran estudiosos de distintos orígenes y disciplinas, todos unidos por un interés común en los relatos y geografías que la Biblia menciona. Sus conversaciones eran apasionadas, sus preguntas a los guías reflejaban curiosidad y profundidad. Me sentía afortunado de compartir con ellos esta travesía.



                                      

El itinerario del día me emocionaba especialmente. Visitamos la Ciudad de David, considerada el asentamiento más antiguo de Jerusalén. Ubicada al sur del Monte del Templo, esta zona arqueológica es clave para entender la evolución histórica de la ciudad. Se cree que aquí estuvo la capital del reino unificado de Israel bajo el reinado de David en el siglo X a.C. y, a medida que recorríamos el sitio, la majestuosidad de la historia cobraba vida ante nuestros ojos. Las excavaciones han revelado restos de murallas fortificadas y estructuras que sugieren una urbanización avanzada para su tiempo. Estar allí, caminando sobre las huellas de civilizaciones antiguas, era casi como viajar en el tiempo.


Una de las partes más impresionantes fue la exploración del Sistema de Agua de Siloé y el legendario Túnel de Ezequías. Esta ingeniería hidráulica fue diseñada para garantizar el suministro de agua a la ciudad desde la fuente de Guijón. El túnel, excavado en la roca hace más de 2700 años, es una proeza arquitectónica. Con una longitud de aproximadamente 533 metros, fue construido por orden del rey Ezequías en el siglo VIII a.C., en preparación para el asedio de Senaquerib, tal como se menciona en los textos de 2 Reyes y 2 Crónicas. Recorrerlo a pie, con el agua fluyendo a nuestros pies y la penumbra rodeándonos, fue una experiencia al estilo Indiana Jones.







Al final del túnel, nos encontramos con el Estanque de Siloé, un sitio de relevancia tanto histórica como religiosa. Según el Evangelio de Juan, Jesús envió a un ciego de nacimiento a lavarse aquí y, tras hacerlo, recobró la vista. Contemplar el lugar y recordar este episodio bíblico añadía una dimensión especial a la visita. 


Saliendo de ahí, caminamos hacia la Ciudad Vieja, donde visitamos el Davidson Center, ubicado junto a la muralla sur del Monte del Templo. Se trata de un sitio arqueológico que permite asomarse a la Jerusalén del período del Segundo Templo. A través de tecnología interactiva y vestigios impresionantes, como la escalinata monumental y los restos de antiguas calles, este lugar ofrece una visión sobre cómo era la vida cotidiana de la época. Entre los hallazgos más fascinantes se encuentran inscripciones hebreas en piedra y mikvaot (baños rituales), evidencias del fervor religioso que impregnaba la ciudad en la antigüedad. A lo lejos podía verse la cúpula de la Mezquita de Al-Aqsa, que yo había visto en mi viaje anterior, aunque sabía que en este no subiríamos al monte del Templo, puesto que ahora viajaba con muchos judíos, quienes tienen prohibida la entrada. 

A pocos pasos de ahí, el Muro de los Lamentos—o Kotel—resiste como el último vestigio del Templo de Herodes. Para judíos de todo el mundo, este muro es mucho más que un monumento: es un santuario donde el pasado y el presente convergen en oraciones susurradas y papelitos plegados con súplicas personales. Con su imponente presencia y su mística solemnidad, el Muro es un espacio donde la fe se manifiesta en gestos de devoción, llantos silenciosos y miradas que buscan lo trascendental en sus piedras desgastadas.




Yo había estado ya en el Muro de los Lamentos en mi primer viaje. En aquella ocasión había notado que, viendo el muro de frente, a la izquierda había una entrada a un lugar donde se vislumbraba a muchos judíos rezando entre libros. 

Algunos compañeros y yo nos quedamos mirando, tratando de descubrir lo que había dentro. Nuestro maestro Daniel Fainstein nos explicó: 

- Se trata del Arco de Wilson, un espacio de oración subterráneo situado dentro de los túneles del Muro. Esta sinagoga, enclavada en una sección oculta del Muro Occidental, ofrece un ambiente íntimo y solemne para el estudio y la oración. Su nombre proviene del arqueólogo Charles Wilson, quien exploró estos túneles en el siglo XIX. Destaca por su proximidad a la Piedra de la Fundación, considerada por algunos como la más cercana al Santo de los Santos del antiguo Templo de Jerusalén, lo que la convierte en un lugar de gran significado espiritual para el judaísmo. ¿Les gustaría entrar?

-¡Por supuesto! -  respondimos al unísono. Fue así como nos sentimos confiados para acceder al recinto.





Mientras nuestro profesor nos mostraba el lugar, pude ver cómo mi compañero Israel se alejó del grupo y se fue por su cuenta. Supuse que para él, entrar a ese lugar era mucho más que visitar una zona arqueológica...

[Continúa en parte 5...]









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